A menudo, pasamos por desafíos en nuestras vidas que crean una gran turbulencia, una especie de trastorno, que puede causar malestar, ansiedad e incluso dolor. Si el trastorno es físico, buscamos ayuda médica para reparar, reconstruir o curar nuestro estado físico. Queremos recuperar nuestra salud física.
Si la perturbación es emocional, social o cognitiva, buscamos comprender y extraer de nuestras experiencias pasadas herramientas y métodos que nos ayuden a gestionar y a reestructurar nuestro anterior sentido del equilibrio.
Sin embargo, si esta perturbación continúa, o se intensifica o alarga, nuestros temores aumentan, ya que nos vemos trasladados más allá de nuestra zona de confort a un mundo que lógicamente no podemos comprender, controlar o predecir. Nos sentimos fuera de control.
Sin embargo, es importante recordar que hay un sentido de nosotros que está presente más allá del apego físico y emocional o cognitivo. Y en ese espacio se encuentra la base fundacional de nuestra vida. Nuestra soledad y presencia proviene y entra en un espacio/lugar más allá del tiempo. Los antiguos lo han llamado nuestra alma, los místicos nuestra existencia espiritual y para los que nos rodean, es referido como el tejido que nos mantiene cerca unos de otros a menudo referido como AMOR. Esta es una experiencia que va más allá de la comprensión lógica, y sin embargo es una experiencia profunda que todos tenemos y esperamos volver a experimentar.
Encontrarnos detrás de la presencia del yo, del ego, de la identidad, es nuestra pureza de ser, una presencia que ilumina como la luz, una energía que ya no necesita transformarse porque ES todo lo que tiene que ser.
Lo que queremos practicar es soltar nuestro(s) apego(s) para encontrar nuestro núcleo interno, nuestra fuerza y presencia que es más grande, más fuerte, más sabia y más profunda que todo lo que hemos conocido o conoceremos.
Al hacerlo, podemos encontrar paz mental y bienestar físico y mental.
